18 – NOVIEMBRE
Matutina: 1 Timoteo 2:1
Meridiana: Salmo 57
Vespertina: Colosenses 4:1-3
OCURRIÓ
Corría el año 1955 mientras nosotros visitábamos los pueblos y ciudades de la provincia de La Habana, Cuba. Eran mis primeros tiempos de vida misionera. ¡Oh, qué tiempos tan felices! De esos primeros pasos en los caminos de Dios siempre quedan huellas imborrables en nuestra memoria…
Nos encontrábamos en un pequeño pueblo llamado Nueva Paz. Después de celebrar el programa de predicación en el alegre pueblito habanero, aquella noche nos fuimos a descansar en la casa que unos amigos nos habían prestado, mientras estuviéramos en aquel lugar. Todos los hermanos se retiraron hacia sus habitaciones, mientras yo quedaba completamente solo…
Hice una oración, como es nuestra costumbre, antes de acostarme. No me había dormido, cuando sorpresivamente en medio de la oscuridad de la habitación, vi algo glorioso que no se me ha borrado de la mente jamás. Creo que esa noche tuve la gloria que disfrutó San Pablo en el templo de Jerusalén. Allí, en aquella humilde alcoba solitaria, vi en forma inconfundible el rostro iluminado del Señor Jesús, que me miraba. La visión fue tan imponente, y mi experiencia en la vida espiritual era tan poca que, ante esa grande manifestación de Dios, mi reacción fue parecida a la del profeta Daniel, cuando el ángel le habló junto al río Éufrates. Sentí miedo y oculté el rostro.
Él no me habló una sola palabra, pero con la expresión sufrida de su rostro, y con su mirada tierna me dijo muchas cosas…
-Luis Cruz Lara
La gratitud es la flor más bella que brota del alma. -Henry Ward Beeche
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